jueves, 26 de diciembre de 2013

EL PAÍS

EL DIARIO EL PAÍS SE INTERESA POR MIS ARTÍCULOS

Manrique, recuerda que sólo eres un hombre, recuerda que sólo eres un hombre, recuerda que sólo eres un hombre, recuerda...


http://elpais.com/elpais/2013/12/24/opinion/1387896438_950145.html




viernes, 20 de diciembre de 2013

NAVIDADES SIN BLANCA

ME LO PUEDEN EXPLICAR las veces que quieran, no lo entenderé. Siempre he creído que entre todos formábamos un Estado que construía carreteras, escuelas y hospitales. Un Estado que cuidaría de los mayores cuando ya no pudieran cuidarse ellos. Un Estado que no permitiría que ningun ciudadano pasara hambre ni frío.

Cómo poder digerir tanta miseria y tanta escasez a nuestro alrededor. Pero qué mierda de Navidades son esas que se le presentan a miles y miles de desheredados. ¿Pero es tan complicado que el Estado proteja a esta pobre gente? ¿Es tan complicado que el Estado les proporcione, al menos, comida y calefacción?

Desde aquí se lo recuerdo, señores políticos: "LO PEOR DEL HAMBRE, ES EL FRÍO".




lunes, 16 de diciembre de 2013

LACRAS

Hace ya muchos, muchos años, leí no sé dónde y no sé a quién: De izquierdas son la mayoría de la minoría que lee.

Hace ya muchos, muchos años, leí sí sé dónde y sí sé a quién: Yo no puedo ver a la derecha, aunque haga cosas buenas. Evidentemente tengo esa lacra mental", decía uno de nuestros mejores directores de cine.

Estas dos frasecitas me han marcado profundamente. No es normal que cada vez que conozco a un tipo que lee mucho inmediatamente le coloque la etiqueta de izquierdista. No es normal, ni siquiera, eso de ir poniendo etiquetas. No es normal que me den ganas de vomitar cada vez que veo a unos cuantos periodistas en las tertulias de TV, antes incluso de que abran la boca. Y qué casualidad que todos, todos ellos, son muy derechones. Evidentemente yo no tengo una lacra mental, tengo dos.










domingo, 8 de diciembre de 2013

PÁLPITOS

MIS PÁLPITOS GOZAN de un enorme prestigio entre mis amigos. En su día predije que caería el muro de Berlín, y ahí está, hecho un montón de escombros. Me barrunté que conoceríamos a un Presidente de los EEUU de color negro. Supe con antelación que llegado el momento nuestros concejales esconderían la pancarta que lucía en el balcón del Ayuntamiento de mi ciudad y que rezaba así: "Agua para todos". Avisé de la caída del comunismo en Rusia y también que ganaríamos el mundial de fútbol...

Cuando revelo uno de mis pálpitos mis amigos guardan silencio y toman nota. Nadie se ríe ya. Saben que no hay base científica alguna. Se trata simplemente de un flash que a veces me produce hasta pérdida de consciencia.

Pues bien, esta noche he tenido mi primer pálpito lotero y creo que es mi obligación hacerlo público: No sé si será un premio importante o menor, una terminación, no lo sé. Pero aviso, en el sorteo del próximo 22 de diciembre, el número 28320 dará dinero. Así lo he visto mientras dormitaba.







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jueves, 5 de diciembre de 2013

ELOGIO

ESTOY ESCRIBIENDO mi segunda novela. En cuanto la termine y elija a mi editor, pienso colocar en una solapa un comentario que me mandó PEDRO GARCÍA MONTALVO y que hago parcialmente público con su consentimiento:

(De escritor a escritor
Quer
ido Manrique:

Leí el otro día tu escrito para Pilar. ¡Quién escribiera así! Me
conformaría con haber creado la frase final…

Un abrazo grande
Pedro)


-Me dicen mis envidiosos amigos que no me lo tome al pie de la letra. Que Pedro realmente lo que quiere decir es que no cometo, apenas, faltas de ortografía, pero poco más. Otros, aún más envidiosos, me dicen que se refería a la cita de Juan Ramón Jiménez que encabezaba mi escrito.

Cuánta envidia entre los hombres -y mujeres- de letras. Algo tendrá el agua cuando la bendicen. Pedro García Montalvo ha bendecido mi estilo literario y no es, precisamente, el maestro muy dado al elogio gratuito: ¡A LA SOLAPA!







NECESARIA Y URGENTE ACLARACIÓN

ESTÁ VISTO QUE cada vez escribo peor. Solo trataba de haceros reír a mi costa y presumir de mi amistad con Pedro. La ironía es peligrosa, si no andas fino quedas como un majadero.
Pedro García Montalvo me escribió ese correo, es cierto, pero con tan buen corazón como sentido del humor tiene.

No habrá segunda novela sencillamente porque no hay primera. A lo más que he llegado ha sido a escribir un minúsculo relato de un folio de extensión que tengo escondido en mi casa.

Escribir bien un poema, una novela o un pequeño relato, solo está al alcance de unos pocos elegidos. Los que llegamos a este mundo sin ese don, por más letras que pongamos en fila y por más visitas que nos haga el coro de Apolo, jamás seremos escritores.

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martes, 3 de diciembre de 2013

NAVIDAD

SE ACERCAN DÍAS propicios para pecar con esos pecados capitales que nos proporcionan placer: Comer, beber, volver a comer y seguir bebiendo. A nuestro amigo "Paco el gordo" le preguntábamos qué era lo que más le gustaba de esta vida. Sin vacilar contestaba: ¡Comer!, ¿y después?, le seguíamos preguntando: ¡Cenar!

Me manda mi amiga Bárbara esta fotografía para que la muestre a todos los que andamos siempre enredados con el régimen. Me dice que está muy orgullosa de su aspecto y que no piensa privarse estas fiestas del placer de la buena mesa. De paso, me recuerda algo que leyó en un libro de Miguel Delibes que le regalé por San Valentín: "Para el deseo carnal es esencial la carne".

La verdad es que está guapísima y creo que estas navidades debo de llevarle a su casa otro libro. Es una gran lectora.




martes, 26 de noviembre de 2013

ALFREDO

HASTA HACE UNOS DÍAS, mi relación con el expresidente Aznar no era especialmente buena. Nada serio, pero no nos llevábamos bien. Hablo en pasado porque un detalle aparentemente menor ha obrado el milagro y nos ha acercado hasta abrazarnos: Me he enterado que su nombre no es José María a secas, que también se llama Alfredo: José María Alfredo Aznar López.

Como digo, el detalle es menor solo en apariencia, pues todo el que se llame Alfredo cuenta ya de entrada con todas mis simpatías.  Alfredo es como me hubiese gustado llamarme a mí y Alfredo es el nombre de no pocos de mis héroes: Alfredo Di Stefáno, Alfredo Krauss, Alfredo Bryce Echenique, Alfredo Hitchcock… y por si fuera poco, Alfredo es el nombre de mi médico favorito,  Alfredo Molina.

En adelante absténganse mis amigos de gastarme bromitas a costa de don Alfredo Aznar. Y de paso, eviten también la guasa con el dichoso inglés de su señora, que sé que le molesta.


domingo, 17 de noviembre de 2013

A MIS AMIGOS

Mano de viejo mancha
El cuerpo juvenil si intenta acariciarlo.
Con solitaria dignidad el viejo debe
Pasar de largo ante la tentación tardía.
L.C.



-DESDE QUE TENGO UNA EDAD, me molesta soberanamente que alguien me catalogue de viejo verde. Llamo viejo verde a ese mayorcito que en presencia de una mujer -o de un hombre, según gustos- se comporta como un imbécil por carecer de esa "solitaria dignidad" que dice el poeta. Gente menor.

-DESDE QUE TENGO UNA EDAD, no me agradan los amigos de mi quinta que ante la presencia de una mujer -o de un hombre, según gustos- interesante, miran para otro lado incapaces ya de celebrar monumentos que no sean de piedra. Muertos verticales.

-DESDE QUE TENGO UNA EDAD, me encanta estar junto a esos amigos que siguen gustando de ver una bella mujer -o un hermoso hombre, según gustos- pero jamás pierden las formas.

En nuestra tertulia del Belluga abundan estos amigos. En esa tertulia, tenemos un encargado de evaluar sobre la marcha si la belleza que pasa ante nosotros es merecedora de aplauso. En caso afirmativo, suena en plena plaza una sonora ovación. Bien, pues nunca a ninguna de las premiadas le ha sentado mal la broma. Cuestión de equilibrio. 

Cuento todo esto porque he montado un vídeo con fotografías de una amiga mía y que quiero dedicárselo a mis amigos mayores, no rijosos, pero aún capaces de alegrase de ver estas curvas. 






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jueves, 7 de noviembre de 2013

A GLORIA



A MI HIJA le ha entrado un ataque de celos por el vídeo que dediqué a su señora madre -"HISTORIAS QUE ME CUENTO"- y me ha pedido que le haga uno a ella y que lo cuelgue en facebook. 

Cuando me llamáis a mi móvil no suena un "ring-ring" normal y corriente. Se oye una canción de The Beatles  -If I Fell, interpretada por The Brothers Four- que es la canción que bailo con mi hija una y otra vez, nuestra canción. Así que he pensado que el vídeo tenga solo tres protagonistas: ella, yo y esa melodía.

De paso os diré algo sobre Gloria: En mis 65 años de vida no me he topado con una persona, animal, ni cosa que pueda compararse a ella. Es, sencillamente,  el ser más generoso y valiente que uno pueda imaginar. Va por ti, Gloria.







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jueves, 12 de septiembre de 2013

E

Todas las maneras de sentirse uno feliz se parecen entre sí. Así comienza Ana Karenina. Como muchos de vosotros, yo también colecciono primeras frases. Esas frases que llaman nuestra atención nada más leerlas.

Cuando abro un libro, presto un interés especial a esas primeras palabras que me encuentro y, si me atrapan, quedan inmediatamente marcadas por mi colilla de lápiz y transcritas a mi cuaderno. Esta afición empezó cuando a los 15 años leí Scaramouche y me topé con la frase más afortunada de mi colección: Nació con el don de la risa.

Esta costumbre mía de anotar arranques, me permitió hace poco descubrir un hecho que, por su importancia, paso a revelaros: Un escritor de mi tierra -un gran escritor- empieza todas sus novelas escribiendo la misma letra: la E.

Alguno de vosotros estará pensando que no es para tanto el descubrimiento. Pues sabed que ha sido mi mayor aportación al mundo de las letras y que no estoy dispuesto a que no se me reconozca el mérito.   Ninguno de los grandes escritores y críticos que han elogiado la obra de este autor; ni aquellos que lo han elegido para su tesis doctoral. Nadie, nadie ha caído en la cuenta. Ni siquiera su álter ego -otro importante hombre de letras y cuyo nombre empieza también por E- fue capaz de fijarse en ese pequeño detalle.

Presenté mi reciente descubrimiento en una sobremesa con un grupo de buenos amigos. Me sentía como un pavo real desplegando sus plumas. Alguno de los presentes quiso quitarle importancia al asunto pero no lo consiguió. El escritor fue el primer sorprendido y no supo –o no quiso- explicar el por qué de su devoción a esa vocal. Me prometió, tras un sorbo de gin-tónic, que en honor a mi descubrimiento su siguiente novela también arrancaría con esa letrita.

 Estaré atento a la prometida E…  y a la primera frase.


jueves, 29 de agosto de 2013

STONER

SIEMPRE ME HA INTERESADO saber qué leen los escritores a los que yo leo. Daría mi último penique por enterarme qué autores actuales le agradan a Manuel Vicent, Marsé, Mendoza, García Montalvo, Marías, Vargas Llosa, Trapiello, Paul Auster, Martin Amis, Vila Matas, Ian McEwan, Dennis Lehane, Philip Roth…

Todos ellos te cuentan qué autores han influido en su obra: Faulkner, Conrad, Tolstoi, Dostoyevski, Proust… pero si les preguntan por autores más o menos cercanos en el tiempo, te dicen que solo releen a los grandes o te sueltan un par de títulos de sus amiguetes. No hay manera de compartir lecturas con ellos.

Así que cuando leí a Vila Matas contar que Colum McCann le habló en Turín de una novela que había regalado ya unas cien veces. Que cuando regresó a Barcelona se hizo inmediatamente con el libro y lo calificó como Obra maestra ignorada. Cuando leí esto, decía, me anoté título y autor: Stoner, John Williams.




Este verano la he rescatado de mi biblioteca virgen y acabo de terminar su lectura. Como ya he confesado en repetidas ocasiones soy incapaz de escribir una mediana crítica sobre un libro. Me cuesta, incluso, saber por qué me gusta. Me aferro entonces a unas palabras que escribió Cabrera Infante en el prólogo de un libro sobre películas. Venía a decir el cubano que de una película solo se debe decir si está bien hecha.


Pues bien, Stoner, está bien hecha. Muy bien hecha.




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sábado, 24 de agosto de 2013

ARTE MODERNO

NO ES MI INTENCIÓN machacar de nuevo con el arte moderno y la tomadura de pelo que no pocas veces trae consigo.  Créanme si les digo que estoy curado de espanto.

Ya he asumido que hay pintores que nunca han tenido un pincel sobre las manos y que si Velázquez se presentara al premio que lleva su nombre, no lo ganaría.

He visto cómo Doris Salcedo gana prestigiosos premios apilando sillas en un solar. He sufrido  los calamares de Carlos Herrera descomponiéndose en una bolsa de plástico y he sentido un irrefrenable impulso de limpiar las paredes que ensucia magistralmente Artur Barrio.

Pero lo que presencié en el Museo de Bellas Artes de Budapest -Szépmüvészeti Múzeum- supera ya todo lo imaginable. Apilar sillas, hacerte con un par de calamares, pintarrajear paredes. Todo esto requiere, al menos,  un esfuerzo físico. El cuadro que le colgaron a Henryk Stazewski es, es... es la polla.




Junto a mí, un grupo de alumnos escuchaba atentamente las explicaciones que un entendido les daba acerca de semejante obra de arte.







(Viñeta de José Ángel: LA FUENSANTA Y EL ANTÓN)





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miércoles, 14 de agosto de 2013

¿LE GUSTA A USTED WAGNER?

SÍ, MUCHO. ¿Que por qué me gusta? Podría decirles que por su exuberancia armónica; por rescatar la tragedia griega; por la dimensión poética de toda su obra; por la recuperación del mito... les mentiría. Creo que, simplemente, me gusta su música porque la he oído. Porque la he oído y ya sé de su grandeza.

Leo frecuentemente libros de música y de músicos y formo parte de un grupo wagneriano muy interesante -por la categoría de los otros miembros- y siempre llego a la misma conclusión: en materia de música, todo está dentro de la música misma. Como queramos explicarla estaremos perdiendo el tiempo. A la música no puedes llegar a través de palabras o conceptos. A veces, hablamos -y escribimos- mucho sobre música y escuchamos poca música.

La pregunta, más bien, debería ser: ¿Por qué no le gusta a usted la música de Wagner? Probablemente la respuesta sería muy parecida: porque no la he escuchado. Decía aquél apócrifo de Machado: me parece un autor tan insignificante que ni siquiera lo he leído. Algo así pasa con los detractores de Wagner, que no lo han oído.

Aquél que no haya escuchado el dúo del segundo acto de Tristán e Isolda, no conoce la más intensa y expresiva escena de amor que se haya escrito jamás. Y aquél que ya no pueda gozar del privilegio de escucharla por primera vez, aquél, nunca más dirá que no le gusta Wagner.

Aquél que haya sido testigo del despertar de Brünnhilde o que ya sepa del Encantamiento del Viernes Santo, ese, no volverá a negar al maestro.

Aquél que -como mis vecinos- haya escuchado La Tetralogía, nunca más podrá definir una ópera como lo hacía Bernard Shaw:
         
               - Una ópera es la historia de una soprano y un tenor que quieren amarse, y de un barítono que quiere impedirlo. 





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martes, 30 de julio de 2013

¡SE ME MUEREN!

TENGO CLARO que moriré con las botas puestas. Quiero decir con unas botas determinadas, mis botas marrones de siempre.

Para perder esos kilos de más que siempre van conmigo, me he puesto a andar como si me hubiesen dado la misma orden que al difunto Lázaro: Manrique, levántate y anda. He echado mano de las zapatillas de deporte que tengo en la playa -unas Nike de 130 €- y después de un par de caminatas mis pies me pedían a gritos que guardara esas carísimas zapatillas y me trajese de La Alberca mis desgastadas botas marrones de siempre.



No crean que soy un tacaño y no quiero gastar más de la cuenta. Tengo zapatillas de tenis y zapatillas de pádel -que son distintas-. Unos zapatos con clavos en las suelas para jugar al golf. Botas para andar por la montaña -a ese paso lento que en los Pirineos llaman paspirini-. Botas de alta montaña preparadas para soportar bajas temperaturas... Pero ninguna de ellas mima mis pies como mis ajadas botas marrones. Incluso su piel ha cedido y me ha regalado una ventana por donde poder respirar mientras ando.

Al poeta Jorge Guillén le debió de ocurrir algo parecido. La suerte de sus zapatos fue que sirvieron a un ilustre poeta que fue capaz de escribirles un poema que tituló Muerte de unos zapatos y que empieza así: ¡Se me mueren! Genial ¿No? Pues léanlo.


domingo, 14 de julio de 2013

AGRAVIO

HABLO EN SERIO -como casi siempre-. He presentado una queja formal en la sección de librería del Corte Inglés de Cartagena.

Allí, en esa refinada sección, amontonado en un cajón enorme, entre libracos de novelas rosa -"La amante de mi amigo"; "Cásate con mi hermana"- allí, me encontré con una joya de la literatura. Ni más ni menos que un libro de tomo y lomo -781 páginas- con toda la narrativa breve de Juan Madrid en una edición de lujo.

Aclaro que mi formal queja no fue por semejante compañía -que también- sino por el precio que le habían asignado. En la portada del libro, encerrado en un círculo rojo, destacaba su precio: ¡5,95 €!
Hablé con el encargado y le pregunté si se trataba de un error. Le conté que Juan Madrid era el más grande autor español de novela negra. Que el mismísimo Juan Marsé era uno de sus muchos admiradores. Le dije que ese era un precio insultante y le rogué que lo rescatara de aquel revoltijo rosa y desplazara la coma un espacio a la derecha:  59,5 €.

No me hizo ningún caso. Se sonrió con una sonrisa que solo los encargados de sección del Corte Inglés pueden exhibir y me devolvió cinco céntimos.

En ese momento recordé que mi novela -de una página- se vendía a un precio tres veces mayor que éste -de casi ochocientas- y que en mis solapas Vázquez Montalbán nunca escribió: "Creo que los auténticos novelistas negros españoles son tan pocos que Juan Madrid es uno de los dos".

Me eché a llorar.



lunes, 8 de julio de 2013

LOS AMIGOS

 Amigos. Nadie más. El resto es selva.
JORGE GUILLÉN

NUESTRA HIJA Gloria y su señor marido, Jorge, quisieron reunir a sus amigos aquí en La Manga. Deseaban agradecer de alguna forma el cariño que han recibido de todos ellos en momentos difíciles. Los convocaron  en un chiringuito a la orilla de la playa y acudieron casi todos -medio centenar- dándole a la palabra amistad el más grande de sus significados. Gente guapa.

Nuestra hija quiso que nosotros también compartiéramos ese rato que ella ha calificado como "el día más feliz de mi vida" y así pudimos comprobar de primera mano que es cierto algo que venimos diciendo desde hace ya muchos años: Qué bien eligen a sus amigos nuestros hijos.

Desde aquí queremos darle las gracias a todos ellos, pero todos es una abstracción, así que lo hacemos uno a uno: María y Miguel, Ana Elena, Ana y Jorge, Kika y Fon, Sole y Pepe, Carlota y María -y León-, Marian, Consuelo y Joaquín, Javi y Pepa -con Nicolás de pasajero-, Pascual y Laura, Vicente y Esther, Ramón y Valva -con Julia y Candela muy cerquica de ella-, Alfonso y Noelia, Quique y Esther, Patxi y Mª José, Fofito y Haidea, Santiago y Ana -con Pablo y Santiago-, Dani y María, Patricio -con Mario-, Txupi y Lucía, Nacho y Aina, Manrique y Lorena, Manri y Elena, Javi y Manuela y laTata.

Gracias guapos.
Pilar y Manrique



Dando ejemplo a mis hijos




viernes, 5 de julio de 2013

DESDE LA MANGA (I)



ESTOY DÁNDOME un atracón sinfónico de padre y muy señor mío. Empecé con dos integrales de Beethoven de Karajan -la del 63 para DG, magnífica- y con dos grabaciones legendarias que les recomiendo  -dejen lo que estén haciendo y pónganse a escucharlas-, la novena de Furtwängler, festival de Lucerna de 1954, Furt 1003 y la quinta de Carlos Kleiver de 1975, DG.

He seguido con Tchaikovsky, la integral de Abravanel y la cuarta, quinta y sexta de Mravinsky -si ustedes son de los que les gusta las delicatessen, escuchen esa sexta-. Ahora estoy liado con Brahms. Despachada la integral de Giulini para EMI estoy disfrutando la de Abbado para DG. Por cierto, no me resisto a contarles una anécdota sobre la película ¿Le gusta a usted Brahms? Truffaut, el famoso  directeur, tenía que hacer una crítica sobre esta película. Le pareció un bodrio y escribió la crítica más breve que se haya escrito jamás: ¿Le gusta a usted Brahms? Brahms, sí.

Me esperan Schubert, Schuman, Mozart, Haydn, Bruckner... y Mahler. El segundo movimiento de la segunda sinfonía de Mahler, Resurrección, es lo más. Mi amigo Enrique Egea Krauel cada vez que la escuchaba tenía una erección, al menos eso decía él.

En cuanto al otro vicio que compartimos, la lectura, les cuento que estoy leyendo a Javier Cercas, Las leyes de la frontera, llevo leídas cien páginas y me parece una novela menor. Yo mismo la podría haber escrito. No se me ocurre una crítica más feroz.



jueves, 20 de junio de 2013

LUCÍA

HACE ALGO MÁS de diez años tuve la suerte de encontrar entre los pupitres de mi clase a una niña sencillamente maravillosa. Educada, culta, sensible, inteligente... No exagero al decir que en mis cuarenta años de profesor jamás había conocido una alumna tan extraordinaria como Lucía, Lucía Rodríguez. A mitad de curso se marchó a su tierra, a Argentina, y nos dejó echándola de menos todos los días.



Al año siguiente tuvo la gentileza de escribirme desde Buenos Aires, de decirme que me extrañaba y que eran muchos y buenos los recuerdos que guardaba de mí.

Hace unos días recibí en mi Facebook una solicitud de amistad de una joven mujer. Simplemente decía que quería ser mi amiga. Acostumbro a pulsar el "sí" a todos los que se molestan pidiéndome una aprobación para figurar en mi lista de amigos y así lo hice también en esta ocasión. Al cabo de unas semanas volvió a escribirme y me reveló que era aquella Lucía Rodríguez  del instituto. Me decía que aún conservaba en un cajón los poemas y las "Frases de oro" que utilizábamos en clase y me preguntaba -con cierto temor- si me acordaba de ella.

Desde aquí te lo digo Lucía, nadie desde un pupitre me ha cautivado tanto como lo hiciste tú. Yo no te he olvidado desde entonces. Guardo aquella carta, guardo tu fotografía escolar y tu cuaderno de clase. Cuaderno que he mostrado curso tras curso a los alumnos como ejemplo de perfección. Te parecías mucho a mi hija Gloria y eso ayudaba también.

Este trabajo de enseñante tiene sus satisfacciones y ésta es una de ellas. Veo que ya eres profesora y solo te deseo que des con alumnos que se parezcan -aunque sea un poquito- a ti.

Un beso.




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martes, 18 de junio de 2013

PEDRO GARCÍA MONTALVO

ALMANAQUE DE ANDRÉS TRAPIELLO

18 de junio de 2013

Pedro García Montalvo (1)

ACABA de aparecer en Murcia un volumen dedicado al escritor Pedro García Montalvo, de cuyas obras han y habrán de decirse las mejores cosas. Van aquí las que allí quedan dichas.
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Es posible que el lector de estas cuartillas las encuentre un poco embarulladas, pero de lo que tratan no puede ser contado de otro modo, o yo no sé hacerlo.
Si pienso en una amistad pura y desinteresada, en lo que pudiéramos llamar “molde de la amistad ideal”, se le vienen a uno a los labios en primer lugar los nombres de Pedro García Montalvo y Eloy Sánchez Rosillo, y si tuviera que escribir estas cuartillas sobre el segundo de ellos, las empezaría del mismo modo y diciendo parecidas cosas a las que me propongo decir del primero. Conoce uno a algunos escritores que son colegas, que salen juntos, que toman copas, incluso que se pasan los manuscritos para leérselos y corregírselos, pero no son como ellos dos. Lo suyo trasciende la literatura, o si se prefiere enunciar al revés: lo suyo no ha perdido de vista nunca la vida, y todo sucede entre ellos de un modo natural, muy poco literario, incluso cuando hablan de su oficio de escritores.

En cierto modo no puedo pensar en uno sin pensar en el otro, sabiendo que ellos dos son a su vez, en la relación que mantienen desde hace cuarenta años, la cristalización de una idea decantadísima de amistad. Y lo que diga de la persona de uno y de sus obras podría decirlo del otro. No estoy afirmando con ello, desde luego, que sean iguales, ni siquiera parecidos. No lo son como personas ni tampoco como escritores. Al contrario. No se podría encontrar a dos escritores y a dos hombres más diferentes. Y no me refiero sólo al hecho de que García Montalvo sea novelista y Sánchez Rosillo poeta, sino a que todo lo arrollador y efusivo que es este, es discreto y silencioso aquel. Acaso sean estas diferencias personales y, sobre todo, literarias, que les han permitido relacionarse sin los recelos y picajosidades frecuentes entre escritores del mismo género, las que han armonizado tanto su relación. A Ramón Gaya le oí decir una vez hablando de ellos que eran amici per la pelle. Se refería con esta expresión al hecho de que no necesitaban ni siquiera decirse las cosas para saber lo que piensan o sienten de esto y de lo otro a cada momento, y yo he sido testigo incluso de cómo son capaces de hablar por teléfono entre ellos sin llegar a descolgarlo.

He traído a colación el nombre de Gaya de una manera intencionada. A menudo Pedro, Eloy y yo lo recordamos, porque fue una persona decisiva en la vida y en la formación intelectual y literaria de nosotros tres, pero también porque fue el eslabón que facilitó que nos conociéramos. Nos decimos, un tanto ensimismados, como ante un hecho que siendo tan natural no deja de ser misterioso: también el conocernos se lo debemos a él.

Primero conocí a Eloy, de quien edité en 1984 en Trieste su libro Elegías sin conocerlo aún personalmente. Eso vino poco después.
Cuando nos conocimos yo ya había leído El intermediario, un relato fascinante, climático y sutil, cristalino y elíptico, como lo es en cierto modo toda la obra narrativa de García Montalvo, montada sobre observaciones tanto más vivas cuando más finas, el modo en que alguien mueve una mano o vuelve la cabeza, tal o cual palabra pronunciada de modo que se la creería un fruto maduro del silencio, y, claro, toda esa urdimbre interior de sentimientos que unen a sus personajes. La narrativa, desde luego, de un poeta.
En el tiempo que medió entre mi encuentro con Pedro y mi encuentro con Eloy, Eloy y yo apenas nos habíamos visto unas pocas veces, y siempre por algo relacionado con Gaya. Una de ellas fue en la inauguración de la exposición de nuestro amigo en el Museo de Arte Contemporáneo de Madrid, en 1987. A esa exposición acudió también García Montalvo, allí nos vimos por primera vez, y ocurrió algo no por previsible menos curioso: Pedro y yo empezamos a ser amigos, pero sólo a partir de entonces, de 1987, se trabó verdaderamente la amistad entre Eloy y yo, como si hubiésemos necesitado del eslabón Pedro para hacerlo, como había sido preciso el eslabón Gaya para eslabonarnos nosotros tres, conscientes acaso de que no podíamos empezar a ser amigos si faltaba alguno de nosotros.
Naturalmente ellos tienen además otros amigos, unas veces comunes y otros no, como los tenemos todos, pero me gusta pensar, sobre todo los días en que siente uno demasiado solitaria su vida, que me han asociado a su hermandad, y que aunque ellos ya eran los amigos por antonomasia antes de conocerme a mí, me dejarán formar un trío artístico con ellos.
Si me preguntan alguna vez el nombre de un novelista o de un poeta contemporáneo, no me cuesta en absoluto decir el de uno y otro, no tanto porque sean amigos, que también, sino porque me parece que serlo de ellos me honra mucho y me da mucho gusto que sean sus nombres los primeros que se me vienen a los labios, pues aunque puede haber otros poetas o novelistas españoles que entre sus contemporáneos les igualen, yo no sabría poner por delante ningún otro. Esa es una rara y grandísima suerte.
El hecho de que vivan ellos en Murcia y yo en Madrid ha sido motivo de que no pocas veces uno se melancolice pensando cuánto mejor sería poderse ver con ellos a diario, como ellos mismos hacen: con sólo contar tres moreras, ya están sentados en una terraza, entre las flores de la Plaza de las Flores, por ejemplo, acompañados de Encarna y Marili, o solos, acordándose de vez en cuando de nosotros, de Miriam y de mí, que pasamos la vida en Madrid como los judíos errantes, sólo que sin errancia.

En nuestro negociado, los poetas y novelistas nos pasamos el día fingiendo o mintiendo abiertamente cuando hemos de decirle a un colega o a los espontáneos que nos han enviado sus libros, lo que nos parecen. Lo hacemos con otros y lo hacen con nosotros. Pero no sucede así, estoy seguro, entre nosotros tres (y me estoy imaginando cómo en este punto Eloy y Pedro, sin ponerse de acuerdo -no hace falta, se conocen de memoria- me replican: “¡Qué ingenuo eres, Andrés!”, en lo que conocemos como “humor murciano”, género en el que ambos han alcanzado cotas sólo reservadas a parejas sublimes como Walter Matthau y Jack Lemon). La franqueza de nuestros juicios y la libertad de nuestras opiniones están sustentadas en un sentimiento de partida: cada cual cree sincera y desinteresadamente en la excelencia de las obras del otro (yo me excluyo de estas comparaciones, naturalmente, y no sólo para evitar alguna “bromica” de ellos), porque las saben nacidas de parecido hondón (la palabra es de Unamuno): cada uno de ellos busca, como la buscó Gaya, la naturalidad, en el decir y en el sentir, y para ello echan mano de algo que se encuentra únicamente dentro de cada cual, el sentimiento, eso tan indefinido pero tan reconocible.

Por eso, como no es posible vernos a diario tal y como querríamos, no pasa año que no nos citemos una o dos veces ni semana que no nos hablemos otro tanto, incluso sin descolgar el teléfono, arte en el que tuvieron la amabilidad de instruirme hace ya muchos años.

¿Y de qué se habla entre nosotros, entre Pedro y yo o entre Eloy y yo? Lo mismo, supongo, que entre Pedro y Eloy. De todo y de nada. Lo que le cuenta uno a Pedro, se lo podría contar a Eloy, es posible incluso que aquél acabe de contárselo a él o vaya a hacerlo a continuación, y no es en absoluto infrecuente que estando hablando con uno, llame por otro teléfono el otro, pues han desarrollado también el instinto de saber cuándo ha telefoneado uno a uno de ellos o cuándo uno de ellos me ha telefoneado a mí (arte este del que al contrario que del otro y no sé por qué, nunca han querido decirme ni media palabra).

A esto me refería al principio con lo de lioso y embarullado.

En todo este tiempo, veinticinco años, no recuerdo ninguna disputa entre ellos dos ni entre nosotros ni un enfado ni siquiera una de esas cosas que crían moho, como todo lo que permanece en un lugar cerrado, oscuro y húmedo. Y ha sido así no porque pensemos lo mismo de todos y cada uno de los infinitos asuntos de la vida, sino porque aunque hubiese salido a nuestro encuentro un escollo lo habríamos orillado sin el menor problema, porque comprendemos que algo que pudiera disgustarnos no merece la pena ni siquiera de ser considerado. Y las cosas que podemos decir dos de nosotros del otro, en cualquiera de las combinaciones posibles, son de tal naturaleza que podríamos grabarlas en vídeo y pasárselas al que estaba ausente.

Se dirá que esa es una relación inexistente entre seres humanos, que no es posible hallar amigos que sean leales de ese modo y a todas horas, sin pequeñas traiciones ni desmayos. Me da igual lo que crean, pero puedo asegurar que es así, y por eso hablaba al principio de lo singular de esta amistad.

Hace años también publiqué un libro de García Montalvo. Se lo pedí yo, como le pedí en su día a Eloy el suyo. Fueron mucho más generosos ellos conmigo que yo con ellos, porque las editoriales en las que aparecieron eran poco menos que artesanales, y confiándome sus escritos los condenaban a la clandestinidad.

El de García Montalvo es un libro precioso, El aire libre se titula, un conjunto de textos cuyo origen había sido parecido a este mío: el artículo que se le solicitó para el homenaje de una colega, las semblanzas que aparecieron en los catálogos de sus amigos pintores, tal o cual otro escrito sobre un escritor amigo o un rincón de la ciudad o del campo… Podría parecer que todo en él era circunstancial, pero al ser leído en su conjunto se veía que obedecía a una ley única, sostenido por una firme columna vertebral que le permitía caminar entre esos temas de una manera en verdad airosa.

La lectura o relectura de cada libro de García Montalvo viene precedida de cierto cambio en nuestra actitud, como si lo que les damos a otros escritores, atención, silencio, cierto ambiente de recogimiento, fuera insuficiente. Sabemos que aquello que nos dará él es también algo más de lo que se nos suele dar. Así que la lectura o relectura de lo suyo viene precedida en mí por un primer impulso especial en el pensar y el sentir, algo muy parecido a esa oxigenación suplementaria con la que ensanchamos los pulmones al abrir la ventana una mañana de primavera o al enfrentarnos a una panorámica tan colosal que necesitase para ser abarcada además del sentido del la vista, del oído o del olfato, la respiración, oxigenando eso que empezamos a sentir y pensar desde la primera línea. No abrimos un libro, abrimos una ventana sobre la primavera del mundo, sobre el paisaje más sereno y hermoso que cupiese imaginar y el aire cristalino nos acerca de modo increíble las vidas de unos personajes que van y vienen, a menudo con sus pequeñas o grandes tribulaciones, buscando, como los personajes de Galdós, una grandeza noble en pequeñas cosas que a menudo no pueden serlo. Y necesita uno al mismo tiempo respirar hondo y sentir su sabor, el tacto aterciopelado de la brisa, su rumor enredándose con el canto de los pájaros o los ruidos propios de la ciudad (todas sus novelas son urbanas). Y al momento nos invade, aunque no nos hayamos movido de donde estábamos, un sentimiento purísimo de libertad, y sé que aquello que voy a empezar a leer me llevará de la mano muy lejos, y me soltará luego para que vaya por mi cuenta, como ese aire libre que puso tan acertadamente por título en un libro.

Si me faltaran las novelas y prosas de Pedro, sé que me faltaría el aire para respirar, lo mismo que si me faltaran los poemas de Eloy.

Sé que hoy debería hablar sólo de García Montalvo, dejando de lado a Sánchez Rosillo, y a algunos se les hará raro que lo haya hecho de los dos, pero es que para mí son, tan distintos, uno mismo cobijados bajo la misma pelle, hablando de las mismas cosas y de una manera parecida: clara, sentida, natural y misteriosa, y, desde luego, luminosa, de dentro afuera y de abajo arriba, como todo lo que se eleva.

Por esa razón si alguna vez me piden un escrito sobre Eloy Sánchez Rosillo, para celebrar en un volumen parecido a este su jubileo universitario, mandaré este mismo sobre Pedro García Montalvo, sabiendo que no les importará en absoluto a ninguno de los dos, porque lo que siento por uno, lo siento por el otro, y lo que digo de ambos es exactamente a lo que yo aspiro, desde que los conocí.


Arriba: Pedro García Montalvo, Andrés Trapiello y Eloy Sánchez Rosillo. Los Alcázares, Murcia, 23 de mayo de 2001. Foto de José Belmonte.