lunes, 12 de marzo de 2012

BRONCEMIA


                          
    (A Rafael Ñúñez, Alfredo Molina, Isidro Durán y Pascual Rodríguez. Cuatro doctores vacunados contra la broncemia)
 
Un buen amigo y estupendo médico me ha alertado sobre una enfermedad que se extiende cada vez más y preocupa seriamente a las autoridades sanitarias.  Se trata de la broncemia, una acumulación excesiva de bronce en sangre. 
  
Esta vieja enfermedad -siendo tan antigua no la recogen ni el diccionario de la Real Academia de la Lengua ni el de Medicina- provoca en quienes la padecen la creencia de ser semidioses y soñar con que su estatua de bronce presidirá alguna vez una plaza de su ciudad o lucirá en el patio de su centro de trabajo.


Se ha comprobado que el enfermo de broncemia pasa por dos etapas. La primera etapa es la importantitis, donde uno se cree tan importante que nadie es mejor que él. La segunda etapa es la inmortalitis, cuando ya el bronce invade todo su cuerpo y cree ser una estatua olímpica e inmortal.

Parece ser que donde más se desarrolla esta enfermedad es en aquellos lugares que presumen de un alto nivel de intelectualidad y que los casos más severos se dan entre los 55 y los 65 años. A estas edades el enfermo desayuna habitualmente con Dios y luego desde lo alto de una tarima -y con una verborrea exagerada-  nos habla y habla de cosas que generalmente ha leído de forma superficial.



Se creía que esta enfermedad era exclusiva del género masculino pero con el auge del feminismo ya se encuentran numerosos casos de broncemia entre las mujeres.

Tal vez mi aumento de peso se deba precisamente al bronce y no a esas pintas de cerveza que me tomo un día sí y otro también. Cuando mi amigo médico me ha alertado sobre esta enfermedad será que ha detectado alguno de sus síntomas en mi comportamiento: diarrea mental, soberbia, solemnidad, sordera…

Me haré una analítica.








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