martes, 4 de junio de 2013

RATONCITO PÉREZ



                                  A mis nietos, Manrique, Elena, Pilar, Manuela y Gloria
                                                                        
SE LE HA CAIDO su primer diente a mi nieto Manrique y es la primera vez que uno de mis nietos espera la visita del ratoncito Pérez.  Dice el muy avispado, que al llamarse Manrique Cos "Pérez" el ratoncito no puede fallarle y seguro que debajo de su almohada dejará un buen regalo.

A propósito de este magno acontecimiento he recordado una entrada que escribí hace un par de años sobre los niños y sus ilusiones. Venía a decir que desde que soy abuelo se me ha acentuado la obsesión por la felicidad de los niños, de los niños que pueden ser felices, claro. Esos que son felicitados en sus santos y cumpleaños, esos que reciben las visitas de los Reyes Magos y del ratoncito Pérez. Los otros, los del sur, los que enferman simplemente por no poder lavarse las manos, esos, se merecen una reflexión más seria.

Con mis hijos he sido un padre blando, lo sigo siendo. He mirado siempre a mis hijos con ojos de abuelo, los he mimado en exceso. Ni yo me he arrepentido ni ellos lo han lamentado. Decía un joven pedagogo que mimar a los hijos es el mejor sistema educativo. Que sin ese amor exagerado que le dió su padre, no hubiese sido tan feliz.

La niñez está para disfrutar, para jugar y para ser feliz. La primera y más importante obligación de los adultos es hacer que esa felicidad sea lo más intensa posible. Nunca volverán a ser tan felices. Pronto despertarán del sueño de los niños y dejarán de ser inmortales. Cuenta una famosa escritora, que su hija, ya mayorcita, le dijo que era la madre más buena del mundo. Ella le respondió que su único merito había sido darle besos y decirle que la quería.

La coartada del adulto poco cariñoso es equiparar mimar a malcriar, como aquellos que confunden seriedad con tristeza, y alegría con informalidad. Sin saber que el ideal es ser serio y alegre. No, no tiene nada que ver. Presumo de tener el nieto más mimado del mundo y es un zagal bueno, educado, feliz, sociable... incapaz de faltar al respeto a nadie. Por todo ello, por ser así de majo, el ratoncito Pérez ha hecho escala en su cama.

Para su desgracia, para la mía, ese roedor ya no trasteará nunca más su almohada.