Gozo
allí del ocio más alto
PLINIO
En nuestros perfiles blogueros nos preguntan, entre
otras cosas, por nuestras aficiones. En el
mío se puede leer que una de mis aficiones preferidas es contemplar mi jardín.
Realizo desde siempre todo tipo de trabajos en él:
fumigo, abono, podo, planto, riego…les aseguro que soy tan feliz cuidándolo como lo es un chiquillo el día de
reyes. Pero nada es comparable a la pura contemplación de sus árboles y sus flores. Ya sé que suena algo pomposo pero es la realidad. Me paso horas y horas practicando
la contemplación como Santa Teresa o San Juan de la Cruz.
Sin necesidad de invocar al exhibicionista Príapo, el jardín del Thornton Club luce por estas
fechas como una muchacha en flor. Las silenes son las más madrugadoras, florecen
en la anteprimavera y nos anuncian que
la primavera está ya encima.
A continuación el festín, el desfile de colores: el lila de las glicinias, el rojo el amarillo y el blanco de las margaritas. El azul del plumbago. El naranja de la
clivia. Los mil colores de las lantanas, hibiscus, petunias, caléndulas… y el rojo sangre del rosal murciano.
Y por fin florecen las reinas de mi jardín, las
buganvillas. Oí decir al maestro Torrente Ballester que su gran frustración era
no haber conseguido jamás cultivar una buganvilla. Escribir, escribiría mejor que yo pero en asuntos jardineros
yo soy el maestro. En mi jardín medran unas cuantas buganvillas con flores –brácteas-
de todos los colores. No me importa que manchen el suelo ni que me arañen las
manos cada vez que las trasteo. Me gustan y allá donde puedo planto una.
Sentarme en uno de los rincones del jardín -rincones felices- con un
cubata de Martin Miller`s en la mano y
mirar y remirar las plantas hasta hartarme es uno de esos placeres que no quisiera
perder nunca jamás. Ni el de la contemplación… ni el de la ginebra.
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