Ya me había acostumbrado a ver en la televisión
imágenes truculentas mientras tomábamos un estupendo solomillo acompañado de un
buen vino. Cuerpos irreconocibles esparcidos por la calle entre ambulancias
gritonas –pásame la ensalada- y niños corriendo aterrados. A todo se acostumbra
uno.
Sin embargo, aún no he conseguido digerir esas
escenas de mujeres muy mayores llorando mientras las echan de sus casas a
empujones. Las echan porque sus bancos se chivaron al juez que estas señoras avalaron un préstamo a sus hijos y éstos no habían cumplido. El señor juez se
chivó a la policía y le dio la dirección de estas pobres señoras. La policía,
tan obediente ella, se ocupa de hacer el resto. A la calle a empujones.
Estas imágenes me hacen execrar –a diferencia de la maldición la execración supone un sentimiento profundo de rencor- de la clase política. Los entresijos de los bancos y los mercados se escapan a mi inteligencia pero lo que nuestros políticos nos han defraudado –algunos en su primera acepción-, eso, que no me lo explique nadie.
Execro a esos políticos, auténticos depredadores de
votos, que cuando están en la oposición su lema es Cuanto peor, mejor. Execro a todos esos rufianes enquistados en los
partidos políticos que han utilizado la política para forrarse. Execro a todos
esos sinvergüenzas que hacen que las obras públicas cuesten el doble de lo que
debieran costar. Execro a estos hijos de puta que no se han conformado con
sacar una pequeña tajada de nuestro pastel, es que se han hecho ricos para
varias generaciones.
Execro a ese concejal -tal vez me esté leyendo- que supuestamente
gastó más de 40 millones de aquellas pesetas en redecorar sus casas a cargo de
una empresa adjudicataria de obras de su competencia. Execro a ese alto cargo
estatal -tal vez me esté leyendo- cuyo flamante BMW supuestamente durmió, la
noche anterior de estrenarlo, en el garaje de un constructor al que concedió
unas cuantas obras.
No quiero olvidarme de execrar a ese altísimo –también
en estatura- cargo de mi comunidad autónoma que toma clases de pádel -al menos
los martes y los jueves- de 10 a 12 de
la mañana. Lo hace en una pista vecina a la nuestra, donde jugamos tres
jubilados y un parado. Su chofer hace las veces de fiel recogepelotas. Entre
que se ducha, desayuna y se desplaza a su despacho, se le hace la hora de
comer. Trabajará de noche.
Execrable.
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