Pero alimentó con leche de sus pechos a su padre, Micón,
que era muy anciano ya y pasaba sus últimos días en la cárcel.
que era muy anciano ya y pasaba sus últimos días en la cárcel.
VALERIO MÁXIMO
Llevo entre manos una bellísima edición de los cuentos de Guy de Maupassant que reúne ciento cuarenta relatos. Algunos de ellos ya los había leído en un viejo y pequeño libro: El Horla, Bola de sebo, Una partida de campo, La casa Tellier y algún otro. Así que me estoy dando un atracón de padre y muy señor mío con el resto de las 1.261 páginas.
En uno de los cuentos, titulado Idilio, un joven hambriento que comparte vagón de tren con una desconocida nodriza, termina con el botón oscuro del pecho de la robusta campesina metido en su boca y alimentándose con su leche tras dos días sin probar bocado.
Al leerlo he recordado una vieja leyenda que desde hace algún tiempo llamó mi atención: La Caridad Romana. Esta historia de amor filial nos la cuenta Valerio Máximo en su Hechos y dichos memorables: Micón encarcelado y próximo a morir de hambre, recibe en su celda la visita de su hija, Pero, que al ver su lastimoso estado le ofrece su pecho para amamantarlo. Esta leyenda ha servido durante siglos de motivo iconográfico a pintores de la talla de Murillo, Rubens, Caravaggio o Monroy.
La primera vez que me topé con una pintura de La Caridad Romana fue en Madrid, en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Allí descubrí un cuadro de Joannes Jansenius Gandensis en donde un viejo, preso en una mazmorra, está mamando del pecho de una joven que mira hacia atrás recelosa.
Contemplando esta pintura recordé una secuencia de la película El crimen de Cuenca: un preso que recibe la visita de su mujer y se lanza sobre ella a saciar su sed con la leche de sus pechos. La misma historia del pobre Micón y su hija. Me da la impresión que al igual que Maupassant, Pilar Miró debía de conocer aquellos hechos y dichos memorables.
Aquí les dejo mi última superproducción, sean indulgentes.
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