Todas
las maneras de sentirse uno feliz se parecen entre sí. Así
comienza Ana Karenina. Como muchos de
vosotros, yo también colecciono primeras frases. Esas frases que llaman nuestra
atención nada más leerlas.
Cuando abro un libro, presto un interés especial a esas
primeras palabras que me encuentro y, si me atrapan, quedan inmediatamente marcadas
por mi colilla de lápiz y transcritas a mi cuaderno. Esta afición empezó cuando
a los 15 años leí Scaramouche y me
topé con la frase más afortunada de mi colección: Nació con el don de la risa.
Esta costumbre mía de anotar arranques, me permitió hace
poco descubrir un hecho que, por su importancia, paso a revelaros: Un escritor
de mi tierra -un gran escritor- empieza todas sus novelas escribiendo la misma
letra: la E.
Alguno de vosotros estará pensando que no es para
tanto el descubrimiento. Pues sabed que ha sido mi mayor aportación al mundo de
las letras y que no estoy dispuesto a que no se me reconozca el mérito. Ninguno de los
grandes escritores y críticos que han elogiado la obra de este autor; ni aquellos que lo han elegido para su tesis doctoral. Nadie, nadie ha caído en la cuenta. Ni siquiera su álter ego -otro importante hombre de letras y cuyo nombre empieza también por E- fue capaz de fijarse en ese pequeño detalle.
Presenté mi
reciente descubrimiento en una sobremesa con un grupo de buenos amigos. Me sentía como un pavo real desplegando sus plumas.
Alguno de los presentes quiso quitarle importancia al asunto pero no lo
consiguió. El escritor fue el primer sorprendido y no supo –o no quiso- explicar
el por qué de su devoción a esa vocal. Me prometió, tras un sorbo de gin-tónic, que en honor a mi descubrimiento su siguiente novela también
arrancaría con esa letrita.
Estaré atento a la prometida E… y a la primera frase.