MI PILARICA se acaba de jubilar –prejubilar, matiza la ratita presumida-
y ya no volverá más por su instituto a desasnar a los chiquillos, ni asistirá a
más claustros ni a sesiones de evaluación.
Quise acompañarla en su última salida del instituto–
ya saben de mi romanticismo- y así lo hice. Me fui al antiguo Alfonso X, aquél donde
yo estudié el bachillerato con brillantísimas notas -"ENCHUFAOS"- y salimos de la mano como
dos torericos saliendo por la puerta grande. La llevé directa al Pasaje donde nos
obsequiaron con ostras y gambas rojas cartageneras, acordes con el solemne
momento.
La ventaja que tenemos los del gremio de enseñantes
es que con tantas vacaciones –por cierto, ya va siendo hora que trabajen el mes
de julio- ya estamos más que entrenados a convivir las 24 horas del día y no
notaré la diferencia. Si acaso, ya no disfrutaré del placer de verla marchar bien temprano al
instituto dejándome arrellanado en mi sillón y silbándole aquella canción de
los enanitos de Blancanieves: Ay ho, ay ho…
Lo que peor llevo es que Pilarica no comparte
conmigo eso de viajar sin salir de casa. Para ella viajar es viajar. Ya hemos
sacado la tarjeta oro de la Renfe, nos hemos apuntado al Inserso, a los Amigos
de los Castillos, a los Amigos de Cuenca y a los amigos de los amigos. Adiós
rutina.
Bienvenida, Pilarica.
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