Están en todas partes y a todas horas. Radio, televisión, mañana, tarde, noche, otra radio, otra televisión. Siempre son los mismos. Opinan sobre mil asuntos distintos. La política está en el fondo y en la superficie de todos sus comentarios. Sabemos antes de que abran la boca a favor o en contra de quiénes están. Son fieles e incluso fanáticos de tal o cuál político. Se pasan la vida criticando a diestro o a siniestro. Lo diré rápidamente: no me hacen ninguna gracia. Pena de gente.
Los tertulianos consiguen imponer el tema diario de nuestras conversaciones en la oficina. Un buen día todos nosotros -en el instituto y en la carnicería- hablamos de la deuda exterior china, otro día del Titadyne, otro del bigotes, otro de las hijas góticas... y así, un día y otro.
Ahora andan enredados con la tijera del ahorro. ZP se ha metido a sastre y va dando tijeretazos a todo el que se le acerca. Unos tertulianos lo quieren destrozar y los otros proteger. Ya sabemos quienes asumirán la fiscalía y quienes la defensa.
Estos tertulianos, ¿cuándo leen? ¿Qué películas ven? Escuchar una ópera lleva cuatro horas, ya me dirán. De su vida privada ni imaginemos, no tienen tiempo ni para discutir en casa.
No tienen tiempo ni para preparar los temas que van a debatir. Su cultura es la de lectores apresurados de solapas. Como andan escasos de tiempo para cultivarse, sus meteduras de pata son continuas: un tertuliano mencionó la ópera de Mozart “Le Nozze di Figaro”. Jiménez Losantos, al parecer hombre culto, alzó su voz, “en castellano, en castellano” y añadió, “Las noches de Fígaro”. Con dos cojones.
La verdad es que es tentador escuchar una tertulia y que piensen por ti. Luego, cuando discutas con tus compañeros de trabajo sobre ese tema, les sueltas lo que has oído y tan feliz. Nunca te dolerá la cabeza por haber pensado más de la cuenta.
Recuerdo el libro “Ese músico que llevo dentro” donde están agavillados diversos artículos sobre música escritos por Alejo Carpentier. Nos cuenta de un espectador en un concierto de música clásica, como quiera que lo que escuchaba no terminaba de digerirlo, le pregunta al vecino de localidad: ¿Esto me gusta?