No he besado una cara vieja desde hace ya bastante tiempo y siento un gran deseo de hacerlo. Imagino que será por la ya larga ausencia de mis mayores.
Uno de los placeres que todos disfrutamos desde niños es besar una cara vieja. Las caras viejas de nuestros padres, de nuestros abuelos, de nuestros tíos... Pero éste, como otros tantos placeres, lo descubres ya tarde, a veces demasiado tarde.
Uno de los placeres que todos disfrutamos desde niños es besar una cara vieja. Las caras viejas de nuestros padres, de nuestros abuelos, de nuestros tíos... Pero éste, como otros tantos placeres, lo descubres ya tarde, a veces demasiado tarde.
Una vez que el tiempo ha hecho su trabajo y miras a tu alrededor, compruebas que no te faltan caras de porcelana que acariciar pero ya no encuentras fácilmente una cara vieja que besar, las caras de tus mayores ya no están a tu alcance.
Ocurre, que aunque uno vaya cumpliendo años los viejos son siempre los que tienen más edad. No miramos a nuestros iguales como viejos. Debe de ser por aquello de la relatividad.
Siempre tienes una excusa para no verte tan mayor: La vida empieza a los sesenta. Por si tuviera alguna duda de que estoy en plena adolescencia, la Organización Gallup sostiene que la edad concreta en que la felicidad es máxima, es a los 73 años. ¡73!
Así de desorientado me encuentro, buscando inmoderadamente una cara con muchos surcos a la que pellizcar y besar. Si algún día me detienen por escándalo público ya saben el motivo: me lancé a por una octogenaria.
.