lunes, 25 de abril de 2011

AUREA DICTA

Frases de oro, así llamaban los clásicos latinos a sus dichos y proverbios de categoría. Yo, que por desgracia no soy un clásico latino, colecciono mis particulares frases de oro, mi guirnalda de flores. Son frases que entresaco de mis lecturas -no de manuales de citas- y que tal vez por eso a otro lector le puedan parecer, acaso, de hojalata.



Hay lectores para los que trazar una línea en un libro es mancillar su honor y otros a los que nos gusta leer con un cabo de lápiz entre los dedos y subrayar todo aquello que nos llama la atención. Después, casi todo lo rayado, irá a parar a un florilegio donde reposará en muy buena compañía a la espera de ser rescatado con cualquier excusa.



Ya he comentado en alguna ocasión que las paredes de mi aula estaban decoradas con estas frases enmarcadas. Frases que yo utilizaba en la tarea de hacer mejores personas a mis alumnos, educándolos en la tolerancia, el respeto, el interés por la lectura y en todas esas cuestiones esenciales en la formación de cualquier mozo.

Así, en esas paredes podías leer sentencias y versos de Cicerón, Machado, Isack Dinesen, Camus, Quevedo, Whitman, John Donne o de Rabelais: A Dios le gustan las bromas; La autoridad de aquellos que se dedican a enseñar es a menudo un obstáculo para los que desean aprender;  La violencia es la forma más perezosa de resolver un conflicto; A veces uno se cree incompleto y es solamente joven;  Hacer sufrir es la peor forma de equivocarse; El dinero no puede dar una alegría, solo brinda satisfacciones...

Estas frases doradas formaban nuestra geografía, nuestro paisaje dentro del aula, y he de confesar que las mayores satisfacciones que me han regalado mis alumnos han estado íntimamente ligadas a ellas.

Hace un rato, con mi cada vez más diminuto cabo de lápiz,  he subrayado una frase escrita por Kafka en su cuento La condena : Mil amigos no sustituyen a mi padre.



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