NO ES MI INTENCIÓN machacar de nuevo con el arte moderno y
la tomadura de pelo que no pocas veces trae consigo. Créanme si les digo que estoy curado de
espanto.
Ya he asumido que hay pintores que nunca han tenido un
pincel sobre las manos y que si Velázquez
se presentara al premio que lleva su nombre, no lo ganaría.
He visto cómo Doris Salcedo gana prestigiosos premios apilando
sillas en un solar. He sufrido los
calamares de Carlos Herrera descomponiéndose en una bolsa de plástico y he sentido un irrefrenable impulso de limpiar
las paredes que ensucia magistralmente Artur Barrio.
Pero lo que presencié en el Museo de Bellas Artes de
Budapest -Szépmüvészeti Múzeum- supera ya todo lo imaginable. Apilar sillas,
hacerte con un par de calamares, pintarrajear paredes. Todo esto requiere, al
menos, un esfuerzo físico. El cuadro que
le colgaron a Henryk Stazewski es, es... es la polla.
Junto a mí, un grupo de alumnos escuchaba atentamente las
explicaciones que un entendido les daba acerca de semejante obra de arte.