viernes, 19 de noviembre de 2010

AMANECER

Amanecer es la Capilla Sixtina del septimo arte

Manuel Hidalgo


No sé si recordarán que allá por el mes de marzo estuvimos hablando sobre aquella maravilla del cine mudo, Körkalen, del director sueco Víctor Sjöström. Pues bien, se me abrió el apetito y me propuse darme un atracón de cine silente: Méliès, Wiene, Fritz lang, Murnau y compañía.





Como soy un glotón empedernido, en junio empecé el festín y hasta ahora. Muchas de las películas que he visto ya eran viejas conocidas mías, El Gabinete del Doctor Caligari, El Dr. Mabuse, Nosferatu, Avaricia. Otras las he visto por primera vez, El último, El Castillo Encantado...




De todas ellas, hay una película que se me ha instalado en mi equipaje y viaja conmigo a todas partes, Amanecer (Sunrise). No participo en ninguna conversación sobre cine donde antes o después no pregunte ¿habéis visto Amanecer, de Murnau? Y si ese día la tertulia no va de cine, me las arreglo para hacer la misma pregunta ¿habéis visto Amanecer, de Murnau?




No les cansaré con detalles técnicos. Ni siquiera les diré que Murnau la dirigió en Hollywood en 1927. Ni que se trata de una de las películas más reverenciadas de todos los tiempos: "la cima del cine mudo", "la película más bella del mundo". Tampoco les contaré que ejerció una gran influencia en obras maestras posteriores, como Ciudadano Kane o La bella y la bestia de Jean Costeau. Dejaré estos detalles como tarea para aquellos que tengan verdadero interés en conocerla.




Sí les diré que Amanecer me parece un poema sin palabras. La historia de amor más conmovedora que yo haya visto en el cine. Un joven matrimonio de campesinos ve alterada su tranquilidad por la aparición de una mujer fatal que enamora al marido y le propone que asesine a su mujer, que venda su granja y se marche con ella a la ciudad.
La protagonista, la dulcísima Janet Gaynor, está sencillamente perfecta. No necesita de palabras para que notemos su miedo, su tristeza y su amor por su marido.



Mientras escribo estas líneas estoy escuchando la música de la película. Fue otra de las aportaciones de Murnau al cine, incorporó por primera vez una banda sonora con mayor orquestación. Atrás quedaron la pianola y las raquíticas orquestas.

A la media hora de comenzar -cuando la pareja llega en tranvía a la ciudad- la música, hasta ahora un tanto inquietante, adopta un tono romántico con unos solos de violín que, unida a las imágenes, te reclaman una lágrima. Una joya. No se la pierdan.

¿Habéis visto Amanecer, de Murnau?



lunes, 15 de noviembre de 2010

DIRECTOR

In Memoriam


Cuevas del Drac, entre estalagmitas y estalactitas, con la Barcarola de Los Cuentos de Hoffmann de música de fondo. Un guardia civil en barca -con tricornio y subfusil Naranjero- con un megáfono pegado a la boca: Don José Luis Rodríguez, don José Luis Rodríguez, don José Luis Rodríguez. Se ruega a don José Luis Rodríguez, si se encuentra entre los presentes baje al embarcadero.


Esta escena de "El verdugo" me acompaña desde siempre. Si la filmografía de Berlanga se redujera únicamente a esta escena, para mí, ya estaría entre los grandes, entre los muy grandes.

El verdugo y Plácido parece que fueron sus obras maestras. Sin embargo, la película de la que más orgulloso se sentía él era Tamaño natural. Yo le oí contar en televisión que no concebía nada más erótico que encontrarte en la calle a una señorita desnuda, llevártela a tu casa y vestirla lentamente. Berlanga -que era una autoridad en estos asuntos de "La sonrisa vertical"- fue describiendo, prenda a prenda, cómo lo haría. Decía que vestirlas era mucho más erótico que desnudarlas. Creo -los profesores Carlos y Daniel me corregirán- que esta idea le inspiró la película Tamaño natural, donde Michel Piccoli adquiere una muñeca hinchable para sus juegos eróticos y termina enamorándose de ella.



Esta noche, en el Cinema Thornton Club, como homenaje a este grandísimo director se proyectará su película Calabuch, mi favorita. La vi siendo un niño y la sigo viendo, ya no tan niño, con el mismo entusiasmo. Un pueblo donde se ha detenido el tiempo. Una cárcel donde las celdas tienen el cerrojo por dentro y es el carcelero quien tiene que suplicar al preso que le abra la puerta. Con un Pepe Isbert haciendo de farero sordo, designado en esta ocasión para cumplir con el rito del Imperio Austrohúngaro.

Si alguno de ustedes aún puede verla por primera vez, será el más afortunado de todos.