Les tocó vivir su infancia, su pobre infancia, en los años de posguerra. El hambre siempre les acompañaba a su hermano y a él. Pasaban las mañanas tirados en la calle esperando que alguien pelara una naranja y tirara la corteza. Tenían que cogerla antes que callera al suelo para evitar que se manchara puesto que sería lo único que comerían ese día.
Esperaban el domingo con ansiedad pues su madre, viuda, servía en casa del cacique del pueblo y para los señores e invitados cocinaba una paella. Con un poco de suerte con las sobras podrían comer ese día. Su madre, a escondidas, les daba un bocadillo con ese arroz sobrante. Había de pasar el tiempo para que Antonio le pusiera nombre a lo que su madre sentía en esos momentos: humillación.
Por la noche al ir a dormir los dos hermanos se untaban la nariz con una barra de chocolate que guardaban celosamente. Inmediatamente la volvían a guardar y se acostaban.La liturgia de untarse la nariz les ayudaba a dormir. El olor del chocolate engañaba a sus estómagos.
Ahora, pasados los años, tras una partida de golf, se dispone a comer en el restaurante. Cuando pida el postre sus amigos ya sabemos lo que pedirá.
Esperaban el domingo con ansiedad pues su madre, viuda, servía en casa del cacique del pueblo y para los señores e invitados cocinaba una paella. Con un poco de suerte con las sobras podrían comer ese día. Su madre, a escondidas, les daba un bocadillo con ese arroz sobrante. Había de pasar el tiempo para que Antonio le pusiera nombre a lo que su madre sentía en esos momentos: humillación.
Por la noche al ir a dormir los dos hermanos se untaban la nariz con una barra de chocolate que guardaban celosamente. Inmediatamente la volvían a guardar y se acostaban.La liturgia de untarse la nariz les ayudaba a dormir. El olor del chocolate engañaba a sus estómagos.
Ahora, pasados los años, tras una partida de golf, se dispone a comer en el restaurante. Cuando pida el postre sus amigos ya sabemos lo que pedirá.