Les tocó vivir su infancia, su pobre infancia, en los años de posguerra. El hambre siempre les acompañaba a su hermano y a él. Pasaban las mañanas tirados en la calle esperando que alguien pelara una naranja y tirara la corteza. Tenían que cogerla antes que callera al suelo para evitar que se manchara puesto que sería lo único que comerían ese día.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgeHXcl_IL4uVdE3ON-z0aLf1wZ7dYd_9LU2zmVclB0agccPEeD-ZntS5MsPP1oOeugIbv4NYQSK-ik2itu5XT23ErAt9QHCjHR8djVFxhjqpVkgHvZNakzFUsls0eouYVWeLcbSPY6NrgX/s200/Hambre.jpg)
Esperaban el domingo con ansiedad pues su madre, viuda, servía en casa del cacique del pueblo y para los señores e invitados cocinaba una paella. Con un poco de suerte con las sobras podrían comer ese día. Su madre, a escondidas, les daba un bocadillo con ese arroz sobrante. Había de pasar el tiempo para que Antonio le pusiera nombre a lo que su madre sentía en esos momentos: humillación.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiyaPi_fPvfg6HZ54MgxeVkFnVNIhJ0acdUMxyOf7Eojws9Abmm0sZbYpE0NQrN-lwXpOqo9kXI8gVnRnddnVr3S3PT2sBRftLOt-2V_18ycPvyf7NDqUg_t5I4PgC7-mc10naZbJT70fHA/s200/hambre3.jpg)
Por la noche al ir a dormir los dos hermanos se untaban la nariz con una barra de chocolate que guardaban celosamente. Inmediatamente la volvían a guardar y se acostaban.La liturgia de untarse la nariz les ayudaba a dormir. El olor del chocolate engañaba a sus estómagos.
Ahora, pasados los años, tras una partida de golf, se dispone a comer en el restaurante. Cuando pida el postre sus amigos ya sabemos lo que pedirá.
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Esperaban el domingo con ansiedad pues su madre, viuda, servía en casa del cacique del pueblo y para los señores e invitados cocinaba una paella. Con un poco de suerte con las sobras podrían comer ese día. Su madre, a escondidas, les daba un bocadillo con ese arroz sobrante. Había de pasar el tiempo para que Antonio le pusiera nombre a lo que su madre sentía en esos momentos: humillación.
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Por la noche al ir a dormir los dos hermanos se untaban la nariz con una barra de chocolate que guardaban celosamente. Inmediatamente la volvían a guardar y se acostaban.La liturgia de untarse la nariz les ayudaba a dormir. El olor del chocolate engañaba a sus estómagos.
Ahora, pasados los años, tras una partida de golf, se dispone a comer en el restaurante. Cuando pida el postre sus amigos ya sabemos lo que pedirá.