miércoles, 22 de febrero de 2012

HISTORIAS QUE ME CUENTO

Lo llenan todo, mar
total de oro inefable,
con todo el viento en él…-Son los recuerdos.-
J.R.J.                                                                 
                                                                                                                                       A Pilar

Presumo de tener algunas cosas en común con don Antonio Machado: los dos fuimos profesores de instituto, los dos nos licenciamos ya mayores en Filosofía y letras, los dos escribimos poemas y los dos nos enamoramos de dos niñas de corta edad. Don Antonio se enamoró de la infanta Leonor y yo perdí la razón por Pilar que se puso sus primeras medias para mí. Con respecto a nuestra común afición a reunir palabras y ponerlas en fila,  mejor no comento.


Mi novia de toda la vida, mi chica, hacía tan solo quince años que había llegado a este mundo cuando se topó conmigo. Por entonces era alumna de las Carmelitas y yo estaba a punto de hacer las milicias. Nos conocimos en La Alberca un verano de hace cuarenta y tantas primaveras – Desde la dulce mañana / de aquel día, éramos novios-  y ya no nos hemos separado desde entonces. 


La conquisté empleando armas de destrucción masiva: pelo largo, un gran parecido a Alain Delon,  pantalones acampanados,  rebeca de tres cuartos y cantando Paraules d’amor mejor que Serrat. Ella me atrapó vestida con traje de colegiala,  diadema de colegiala, calcetines de colegiala y una mirada de colegiala que aún conserva.

Atrás quedaron nuestros ratos en el Malecón. La universidad. El servicio social en Teruel. La mili en Lerida. Las cartas cargadas con tantísimos besos.  El Mini blanco con techo de color vino, tan incómodo como el Sincamil. El Café Santos. El Soto. Las cafeterías Dormund y Baviera. El bar Los Zagales. El Club Remo. El policía que quiso multarnos por besarnos a media tarde en La Rotonda. El piso en Andino 6. Las últimas filas del cine Coliseum, del Iniesta, del Coy, del Rex… Así podría pasarme cien felices años / Sin después necesitar el Paraíso.


Pasa la vida y aquí seguimos,  juntos y revueltos. Tenemos tres hijos y cinco nietos y todos los domingos nos reunimos a comer con ellos en nuestra casa de La Alberca. Son días de mucho alboroto, muchas risas, mucha comida, mucha bebida y mucho gozo de estar juntos

En esas mañanas alberqueñas, en mitad del alboroto que arman nuestros nietos, Pilar y yo recordamos aquello que hace ya algún tiempo nos prometimos:

- Este viaje lo hacemos juntos.




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